Ángel González, de viva voz
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Un 30 de Octubre de 1910 nacía el poeta Miguel Hernández.
Para la libertad sangro, lucho y pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho. Dan espumas mis venas
y entro en los hospitales y entro en los algodones
como en las azucenas.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñarán aladas de savia sin otoño,
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño
y aún tengo la vida.
Parece ser que su amigo Luis García Montero trabaja en estos momentos en una biografía suya. Siempre será bienvenida, y recibida tal y como seguro será escrita, con mucho cariño.
En abril verá la luz un libro de poemas de Ángel González. Estará compuesto por 27 poemas inéditos. Su título será "Nada grave" y será publicado por Visor. Entre ellos, dejó estos:
Deja que pasen estos días Y me vuelvo a caer desde mí mismo
deja que pasen estos años, al vacío,
y entretanto a la nada.
agradece el regalo de la luz ¡Qué pirueta!
del cielo de diciembre, ¿Desciendo o vuelo?
tan discreta No lo sé.
que es casi sólo transparencia, Recibo
no ofende y es muy bella. el golpe de rigor, y me incorporo.
Deja que pasen estos años, Me toco para ver si hubo gran daño,
son pocos ya, mas no me encuentro.
sé paciente y espera Mi cuerpo ¿dónde está?
con la seguridad de que con ellos Me duele sólo el alma.
habrá pasado Nada grave.
definitivamente todo.
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Luis García Montero, Ángel González y Joaquín Sabina
Para que yo me llame Ángel González
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...
Mi pequeño homenaje a la palabra.... a ti